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Reason 9

Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, mirando pasar a la gente, como tantas veces antes había hecho con él. Ahora, lo hacía solo.

Christian apuntaba con el dedo a una persona al azar y se imaginaba apretando un gatillo imaginario. Bang. Aquella cuenta roja sobre su cabeza se reduciría a cero, pasando de tonos rojizos a violetas, llegando al morado en el breve trayecto de la bala por el aire. Y después, nada. No más números, no más nada. Cero. Vacío. Bang.

Miró el reloj. Las 13:11. Hacía una semana, un día, una hora y once minutos que había visto a Jason por última vez. O, al menos, aquella caja que contenía lo que quedaba de él. Había sido triste y amargo. Pero, por encima de todo aquello, había sido algo solitario.

Se había sentido tan solo allí. Solo sin su amigo. Solo sin nadie a quien contarle lo que le atormentaba. Tenía que haber sido a él. Tenía que habérselo contado a él. Él le habría hecho sentir mejor. Pero ya no. No. Ya no. Ahora no tenía a nadie. Se había quedado solo. Y ni siquiera podía compartir con nadie lo que había sucedido aquel día. Los testigos sólo habían visto a un chico siendo atropellado por un coche y a otro que, en su empeño por retirarle de la trayectoria, había salido disparado con él.

Encendió un cigarro para dejar de pensar. Había empezado a cogerle asco al tabaco, pero le calmaba la ansiedad de una forma que no hacía ninguna otra cosa. Al encenderlo, un pinchazo le sobrevino en el antebrazo izquierdo. Al retirar la manga, vio la herida que había quedado en su piel al caer con Jason en la calzada. «Un recordatorio de la culpa, ¿no?», pensó, «Vas a estar recordándome lo gilipollas que soy incluso muerto, ¿verdad?» Aspiró la nicotina y la devolvió en forma de nube blanca cuando lo vio llegar.

– Siento llegar tarde -dijo Daniels desde la ventanilla de su coche, el cual había parado a un par de metros de distancia de donde se encontraba Christian-. Vamos, sube.

Christian no se molestó en terminar el cigarro y lo tiro al suelo antes de rodear el coche y subir en el asiento del copiloto. La radio estaba encendida, y sonaba a un volumen muy bajo ‘Little Black Submarines’, de The Black Keys. Christian se sorprendió de  que Daniels escuchase aquella música, pero no dijo nada. El rostro del profesor estaba serio y parecía algo distante, como si por una vez se estuviera guardando aquellas palabras justas para cada momento que siempre tenía en su cabeza.

– ¿Estás mejor? -preguntó Daniels, rompiendo la atmósfera de frío y tensión que se había instalado entre los dos.

– No -respondió Christian-. ¿La ha encontrado?

– Sí.

Daniels se quitó las gafas y miró directamente a Christian, que le devolvió la mirada. El profesor Daniels solía estar siempre preocupado por alguna cosa o por otra, como un caballero de las causas perdidas, pero su cara en aquel momento reflejaba una preocupación distinta, mayor, como una carga pesada que se podía ver en sus ojos, en sus ojeras, en su piel. Parecía tener miedo. El chico no pudo evitar mirar durante un instante a la línea de números que se situaba sobre su cabeza, para después hacer una rápida cuenta y comprobar que todo marchaba según lo normal para ese hombre. No estaba preocupado por él mismo. Estaba preocupado por Christian. Tenía miedo por él.

– ¿Estás seguro?

Christian esperó unos segundos, preguntándose por enésima vez si lo estaba. Y sabía que nunca lo estaría. Pero debía estarlo.

– Lo estoy. Vámonos.

Daniels arrancó y condujo el coche por calles conocidas y desconocidas por Christian. El volumen de la radio se mantenía bajo, lo suficientemente bajo para que ambos pudieran escuchar el chirriar de sus mentes, como uñas arañando una pizarra, como un mecanismo inexorable e implacable que no les dejaba descansar. Tras unos minutos que parecieron interminables, Daniels paró el coche en doble fila, frente a un portal con el número 21 grabado en la piedra sobre la puerta.

El profesor giró la llave y quitó el contacto. La radio dejó de sonar y el silencia se sintió entonces como una pesad y densa niebla que ocupaba el coche. Daniels habló esta vez, pero no le miró.

– ¿De verdad estás seguro de esto, Christian?

Christian calló. No durante un momento, sino durante una pregunta. Pareció no haberla escuchado. Su mirada se mantenía fija en el número de aquel portal.

– ¿Cuál es el piso? -preguntó.

– Tercero. Tercero B -respondió Daniels-. Christian…

– Profesor -le cortó el chico-. Tengo que hacerlo. Tengo que hacer esto. No puedo permitir que… No quiero que más gente muera… Por mí. Por mi culpa.

Su mano accionó el mecanismo de apertura y la puerta chirrió un poco al abrirse.

– Sólo una cosa, Christian -le dijo Daniels, antes de que volviera a cerrar la puerta-. Su apellido es Violet. Diane Violet.

Christian cerró la puerta de un golpe y sintió como su corazón empezaba a latir con la fuerza de un martillo neumático…

«Told my girl I’d be back, operator please, this is wreckin’ my mind…» The Black Keys – Little Black Submarines

Cartas a Nadie – I

Querida Nadie:

Hace tiempo que quería decirte esto: sigo enamorado de ti.

Creo que es un estado mental más que un sentimiento, porque me cuesta desprenderme de ello como si fuera algo que siempre ha estado ahí, aunque no soy capaz de explicarlo bien con palabras. Ni sin palabras. No sé explicarlo de ninguna forma.

Pienso en ti y quiero guerra. Y, a la vez, no la quiero. Quiero una paz que me sosiegue por dentro y una guerra continua que me incendie cada vez que todo está en calma. Te quiero en mí, dándome el desequilibrio perfecto.

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F.

Y te miro entre mis brazos y estás sonriendo, desnuda, con tu cabeza apoyada en mi pecho. Y me pregunto qué más puedo pedir. Quizá un sitio para los dos solos. Quizá un tiempo para los dos solos. Donde tenerlo todo contigo. Y entonces levantas la cabeza y buscas mis ojos. Y sé que estoy jodidamente enamorado de ti. Que es así de simple.

Háblame de Happiness.

– Y tú, ¿en qué crees?

– En la felicidad.

Sit your sexy ass on the couch…

Estoy detrás del humo, ¿puedes verme?

No mueras esta noche, ¿quieres? No te vayas. No voy a dejar que muera tu imagen en esta noche con niebla, en esta madrugada con lluvia. No te alejes de mis manos. Aunque me escuezan por este puto frío que no me abandona en todo el invierno. Calienta mis manos por mí, ¿quieres? Podemos jugar a eso esta noche, así que no te marches.

Estoy detrás de este frío, ¿puedes sentirme?

Está oscuro ahí fuera y mi cama está fría y no se me hace tan placentera como el umbral de tu puerta. View full article »

Me gusta cuando hablas…

Y me dices que estás a gusto, y cierras los ojos mientras acomodas tu cabeza entre mis brazos. Y yo me siento a gusto, mirándote sin que te des cuenta, pasando la yema de mis dedos por tu mandíbula, por el lóbulo de tu oreja… Hasta que se te ocurre abrir los ojos y me descubres sonriendo como un tonto mientras lo hago…

Me dices que te encanta sentir mis manos en tu cuerpo. Y yo me siento grande, y afortunado por el placer que me supone tu placer. Por el placer que me supone tocar tu piel, recorrer tu cuerpo con mis manos, sentir su suavidad y su calor dulce, sentir como se eriza tu piel bajo mis dedos y arrancarte un leve escalofrío con una caricia en tu cuello, en tu costado, o en la línea que separa tu espalda y tu trasero…

Me dices que es como si crease una capa protectora cada vez que paseo mis manos por tu cuerpo. Y yo empiezo a creérmelo. A creer que te cuido con ello, que te protejo con mis manos, que cada milímetro que toco es la prueba de que estaré ahí cuidandote y protegiendote de todas las formas posibles…

Me dices que eres mía mientras clavas tus ojos en los míos. Y sé que eres mía, por tus palabras, por tu mirada, por la manera en la que tu cuerpo cede a mí y se calienta, se retuerce, se deshace y se entrega. Por la forma en la que los suspiros se escapan de entre tus labios con cada movimiento, por la forma en la que apartas tus manos para que sean las mías las que inventen el juego al que jugar… Sé que eres mía cada segundo antes de llegar al máximo y deshacerte de placer… Que lo sigues siendo cada segundo después, cuando tu piel sensible se llena de escalofríos y tu te encoges para que te abrace y te resguarde del frío…

Me dices que me amas. Y me lo dices en cualquier momento, y consigues que te regale mi mejor cara de felicidad. Porque me deshago por dentro y también ppr fuera. Porque te amo. Me dices que me amas y me haces desear que no apartes tus ojos de loa míos, tus labios de los míos, tu cabeza de mi pecho. Porque me dices que me amas al despedirnos. Y te digo que te amo al despedirnos. Y tú, antes de cerrar la puerta, me miras, y me dices que me amas. Porque quieres que sea lo último que escuche de tu boca antes de irme. Porque quieres que me lleve puesta esa sonrisa que me provocas. Y cuando se cierran las puertas, tú ya no lo ves, pero sigo sonriendo por ti…

Por todas esas cosas que me dices.

Porque te amo.

H.M.S.O.M.

There is no easy way to say this so I’ll just say it, I met someone. It was an accident, I wasn’t looking for it, I wasn’t on the make it was a perfect storm, she said one thing, I said another and the next thing I knew I wanted to spend the rest of my life in the middle of that conversation. Now there’s this feeling in my gut that she might be the one.  She’s completely nuts in a way that makes me smile, highly neurotic, a great deal of maintenance required. She is you.

Night – IV

Hay noches en las que parece que el cielo deja que se vean más las estrellas. Y tú te das cuenta, como de esos detalles que percibes antes que el resto del mundo. Como que a veces hablo con la boca pequeña para que los sentimientos grandes no salgan a borbotones.

Hace mucho frío ahí fuera, pero siento tu calor en mis manos. Y prefiero arder en esa llama que enciendes cruzando tus dedos con los míos, corriendo el riesgo de dejar esta ciudad convertida en cenizas. Me basta con ver como te acercas, sin que tenga de tirar de tu abrigo, y me curas los labios rotos con la suavidad de los tuyos.

Sé que tengo que hacer más y hablar menos.

Y darme cuenta de que las palabras no siempre valen tanto.

Y vale más volver la cabeza para verte antes de irme y verte hacer lo mismo…

Para dar la vuelta después y volverme sonriendo como nunca.

J.

 

Todo.

– ¿Sabes? Podría tenerlo todo si quisiera.
Ella miró a sus ojos y se atrevió a preguntar.
– ¿Qué haces aquí entonces?
Él le regaló una sonrisa de esas que responden antes que las palabras.
– Tenerlo todo.