«¿Quieres vivir…?»

No había podido dejar de pensar en aquella frase. ¿Quién le había salvado? Qué le había hecho? ¿Por qué veía esos números encima de la gente? La cabeza le dolía mientras se hacía estas preguntas. Estaba tumbado con los ojos cerrados. Había observado desde la ventana a la gente que pasaba bajo la lluvia y había visto aquellos extraños números rojos sobre sus cabezas. 1.056.651.706… 996.885.497… 1.306.007.036… Y los veía bajar… Llegó a entender que se trataban de segundos, de una cuenta atrás. Pero, ¿para qué…? Cuando lo descubrió, sintió naúseas y tuvo que tumbarse en la cama.

Lo había descubierto por simple casualidad. Una mujer de unos treinta años llevaba cogido en brazos a un pequeño bebé. El bebé tenía encima de su cabeza una cifra enorme, sin embargo, el número de la mujer era considerablemente más corto. Eran segundos, por supuesto. Pero, ¿por qué variaba de una persona a otra? Era una cuenta atrás. Y unos segundos. Los segundos que faltaban para algo. Los segundos que faltaban para que todo acabase para cada una de esas personas. Era capaz de ver los segundos que le quedaban de vida a las personas…

– ¿Quieres tirar ese puto cigarro ya?

– ¿Qué pasa? ¿Ahora te has vuelto sano? Eras tú el que fumaba como si necesitases la nicotina para vivir.

Jason dio otra calada a su cigarrillo y Christian volvió a ver como su reloj de vida baja 60 segundos de un plumazo. Había pasado una semana desde el incidente con el coche y aquel sujeto tan extraño. Una semana en la que no podía dejar de mirar por encima de la cabeza de las personas, observando aquel secundero maldito que sólo él podía ver. Ni siquiera había sido capaz de estar en la misma habitación que su madre, por miedo a ver lo que le quedaba de vida. Jason dio otra calada. 60 segundos menos.

– ¿Quieres tirar eso, imbécil?- dijo Christian, dando un manotazo al cigarrillo, que salió volando y cayó en el suelo.

– ¿Te has vuelto loco, tío?- replicó Jason-. No se qué coño te pasa, pero se te va la cabeza de verdad. Si te estás volviendo loco a mí puedes dejarme en paz, colega.

Christian cogió su mochila y se largó sin decir una sola palabra más. Caminó sin un destino fijo mirando hacia el suelo, intentando no mirar a nadie. Minutos después, se paró frente al escaparate de una tienda, y observó su reflejo. Desde allí se escuchaba la radio del interior de la tienda en la que sonaba Just feel better, de Carlos Santana y Steven Tyler. Miró en el escaparate, sobre su cabeza, esperando encontrar aquellos números de color rojo, pero vio lo que había visto todas las anteriores veces que se había mirado frente a un espejo. Nada. Era capaz de ver el reloj de vida de todo el mundo, pero no podía ver el suyo. Christian pasó su mano por encima de la cabeza, como queriendo tocar algo que estaba ahí pero no era capaz de ver. En ese momento, se abrió la puerta de la tienda. De su interior, salió una chica, cabizbaja, de cabello largo y moreno. Christian apenas era capaz de distinguir los rasgos de su cara, pero no era nada en su físico lo que había atraído su mirada. Sobre su cabeza se hallaban unos números de una tonalidad morada. 691852… 691851… 691850… La chica caminó hasta ponerse frente a la carretera y esperó a poder pasar. Christian reparó en que aquellos números… Eran muy bajos… Demasiado bajos… Y, sin pensarlo dos veces, se acercó a ella.

– ¿Te encuentras bien?

La chica, sorprendida, alzó levemente la cara y le miró. Su rostro reflejaba tristeza y parecía estar con la mente en otro sitio. Christian la miró a los ojos, unos ojos oscuros, profundos y precioso, pero tremendamente tristes.

– ¿Seguro que te encuentras bien?- volvió a preguntar. La chica asintió levemente con la cabeza sin decir ni una palabra. Christian no dejó de mirarla-. Me llamo Christian.

El muchacho tendió la mano y ella, más que sorprendida, sacó su mano derecha del bolsillo y se la estrechó. Christian la sonrió levemente y la chica le devolvió una ligera sonrisa. Entonces, él notó una pequeña descarga en la mano, pero no la apartó. Miró hacia arriba. Los números que estaban sobre la cabeza de aquella chica empezaron a subir y bajar descontroladamente y, finalmente, se quedaron parados. Volvió a mirarla. Ella sonrió. Su reloj de vida empezó a aumentar segundo a segundo…

«…She said I need you to hold me, I’m a little far from the shore…»